Revista "Pasión en Salamanca" Nº 19

Trabajo artesanal de románticos


Nº 19 Semana Santa 2012
Director: F. Javier Blázquez
Subdirector: Abraham Coco
Consejo editorial: Antonio Borrego, J. M. Ferreira Cunquero y José Antonio Vázquez Guerra

Índice

  • Editorial: Signos de identidad
  • Índice
  • La palabra y los clavos, Plàcid Garcia-Planas
  • Las cruces del Cristo, Jerónimo Prieto
  • Coronación de espinas, José-Román Flecha
  • INRI. Jesús Nazoreo Rey de los Judíos, Xabier Pikaza
  • "A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu", J. Manuel Hernández
  • Lo que viven las cofradías de Bilbao, María José Lanzagorta Arco
  • Maternal llanto, Soledad Sánchez Mulas
  • Jesús, Despojado, Fructuoso Mangas
  • Las metáforas del dolor, Asunción Escribano
  • Pasión en Salamanca desde sus cancioneros (II), Pilar Magadán
  • La Danza de la Cruz de Los Villares de la Reina, Rosa Mª Lorenzo
  • La JMJ en la esencia de las hermandades, Enrique Guevara
  • La Pasión española ante el Papa, H. Ordás y J. M. Ferreira
  • Contrapunto: De interés turístico ¿devaluado?, Abraham Coco
  • Línea editorial: Hermanos costaleros, Félix Torres González
  • Las cruces de Andrés Alén, Montserrat González García
  • Tavolettas del Cristo de la Liberación, H. S. Tomé
  • Cristo recogiendo las vestiduras, Eduardo Azofra Agustín
  • El Cristo del Humilladero de Peñaranda, Francisco Javier Casaseca
  • Las cofradías de Jerez a fines de la Edad Media,
    Silvia María Pérez y Juan Carlos Arboleda
  • El pescado de la Última Cena, Santiago Juanes
  • En tres dimensiones, Luis Felipe Delgado
  • El hombre de las cruces verdes, José González Torices
  • Cartel "Pasión en Salamanca 2012", Fernando Segovia
  • Poema ante la cruz, José Frank Rosario

    - Portada: "Al alba del tercer día", acuarela de Jerónimo Prieto
    - Ilustraciones: Jerónimo Prieto, Andrés Alén, Jesús Cobos, Miguel Gosálvez, Alejandra Rodrigo del Amo y Alfonso Cuñado
    - Fotografías: Heliodoro Ordás, H. S. Tomé, Roberto Haro, Ángel Benito Sánchez, Ángel González, Pablo de la Peña, Venancio Gombau, Francisco Javier Casaseca y Pilar Magadán

Editorial

Signos de identidad

Llevamos ya como veinticinco años debatiendo en torno a la identidad de nuestras cofradías y procesiones de Semana Santa. Y bueno es considerar y confrontar distintos puntos de vista, siempre y cuando los argumentos sean de peso y las voces autorizadas. Lamentablemente, uno de los males más extendidos de nuestra sociedad intersecular consiste en equiparar, en esto de la opinión, al especialista con el lego, sin medir los peligros que de ello derivan. Una cosa es el derecho a expresar libremente lo que se piensa y otra ensalzar la vacuidad en aras de la igualdad y el respeto mutuo. Se confunden las personas con las ideas. Las personas son siempre dignas de consideración, cualesquiera que sean su estado y circunstancias, pero las opiniones vertidas no pueden ser consideradas igualmente válidas. En principio, el médico sabe más de medicina, el teólogo de religión y el albañil de técnicas constructivas.

Coinciden muchas veces estos intercambios de opinión con la generalización de las nuevas tecnologías y la posibilidad de que cualquier ciudadano, independientemente de sus méritos y bagaje intelectual, acceda libremente a los blogs, foros y demás medios generalistas o especializados. Y a través de ellos, con frecuencia desde el anonimato, son muchos los que sientan cátedra. Leídos y jaleados por el grupito de fieles, las necesidades de un protagonismo jamás soñado quedan satisfechas, pero el daño permanece. La vulgarización de ideas equívocas conlleva, por desgracia, la toma de decisiones que perjudican al fenómeno en su conjunto.

Con nuestras cofradías y procesiones no podía ser menos. Y los ungidos por la red como creadores de opinión deciden qué papel deben desempeñar las cofradías en la Iglesia y sociedad y cómo deben plantearse sus desfiles procesionales. El problema surge al ignorar que las cofradías y procesiones tienen varios siglos de existencia, un arraigo eclesial y social que necesariamente determina su devenir y un entorno antropológico que sirve de referencia para las características estéticas de su puesta en escena.

Opinar por opinar no es riguroso, pero es algo inherente a la condición humana. El problema radica en que la opinión antes quedaba en los mentideros y cafés de media tarde y ahora, vía Internet, se vende cuasi como dogma. Y ante la creciente minusvalía intelectual de la nueva sociedad, dada casi siempre a lo fácil e inmediato, no se criba información. Y lo que bien pudiera ser excelente medio para el enriquecimiento, en muchos casos queda para extender críticas infundadas y planteamientos de lo más inverosímil.

Las cofradías son instituciones centenarias. Busquemos sus signos de identidad, tengamos claro que son ante todo un vehículo para la inserción del cristiano en la comunión eclesial. Y esto de alguna forma debe quedar de manifiesto. Las cofradías nacieron para el ejercicio de la caridad. Resulta inconcebible que las instituciones así denominadas dejen pasar los años sin tener siquiera un gesto de ayuda al hermano necesitado. Las obras, no las palabras, las obras determinan la credibilidad. Solo cuando esta acción caritativa brota del corazón y no busca el interés ni el protagonismo mediático, solo entonces alcanzan pleno sentido estas instituciones que nacieron para ayudar.

Por último, las cofradías tienen una proyección pública que se manifiesta en el desfile de penitencia, destinado a exponer ante el pueblo que el mensaje de salvación continúa vigente. Teniendo claro lo fundamental, el decoro y el cuidado de las formas resulta prioritario. Una procesión no puede ignorar el lenguaje y simbolismo del tiempo litúrgico en el que se

desarrolla; tampoco puede prescindir del entorno etnográfico que la genera. Es la manera de evitar estridencias y preservar lo genuino.

Solo cuando estos signos de identidad se han asumido como propios, la inmunidad ante la contaminación informativa o las modas disparatadas es más fácil. Es el remedio, también, para evitar los errores que en justicia nos podrían recriminar las generaciones venideras.