Revista "Pasión en Salamanca" Nº 4

Trabajo artesanal de románticos



Nº 4 Semana Santa 1997
Director: Ángel J. Ferreira Almohalla
Subdirector: Juan de la Cruz Martín
Redactor jefe: J. M. Ferreira Cunquero

Índice

  • Editorial: El reto (y el riesgo) de ser cristianos
  • Semana Santa, Gonzalo Torrente Ballester
  • Tertulia Cofrade. Nuestra Semana Santa
  • El manantial de las palabras, Ignacio Carnero
  • Los curas y la Semana Santa. Encuesta. F. Javier Blázquez
  • "Crucifixión", Fernando Mayoral
  • "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso", Francisco Soto del Carmen
  • Semana Santa y Universidad de Salamanca, Antonio Lucas Verdú
  • El Cristo y los Cristos, Francisco Rodríguez Pascual
  • Lámina coleccionable, Carlos Martín
  • En el Miércoles Santo salmantino, Barandales
  • Momentos de la Semana Santa salmantina, fotos de Luis Monzón
  • Un año más, Santiago Juanes
  • "Procesión", Jesús Velasco Fernández
  • Tertulia del Cofrade de Zamora, entrevista a Eugenio Martín Nieto, Francisco Miñambres
  • Peñaranda de Bracamonte, el Santo Cristo de la Cama, Ángel C. Bruno (secretario de la cofradía)
  • Viernes Santo en Guijuelo, P. A. Sánchez
  • En busca de una Semana Santa…, Pedro Casado
  • Officium hebdomadae sanctae, Pablo D. Aller
  • Restauración y conservación, J. C. López Hernández
  • Sueños de Nazareno: Nuestro Padre Jesús de la Promesa, Benito Matías y Antonio Borrego
  • Vocabulario cofrade, Juan de la Cruz Martín Nieto
  • Doctores que tomaron varas, Enrique de Sena
  • Convenio de colaboración entre el Ayuntamiento de Salamanca y la Tertulia Cofrade Pasión
  • Los puntos sobre las íes: Innovaciones, ¿para qué? / Y del museo, ¿qué?
  • "Calvario", J. M. Ferreira Cunquero

Editorial

El reto (y el riesgo) de ser cristianos

Pues, ¿de qué se trata hoy, al borde del nuevo milenio, para esa forma específica de vivir el cristianismo que son las cofradías penitenciales? Lo decimos y lo repetimos: forma específica de vivir el cristianismo, ya que éste, a lo largo de su ya casi bimilenaria historia, se ha vivido de modos muy diversos, pues tal es su riqueza e inagotable sus posibilidades, que genera los más variados carismas, acentos o servicios. Se trata de algo tan sencillo como de ser cristiano. El gran reto y el gran riesgo de las cofradías y hermandades de penitencia es éste: su razón de ser hoy es reencontrarse con Jesucristo y hacerlo traslúcido después en el mundo opaco, gris y sin horizontes de esperanza y de sentido en el que vivimos.

Abogamos, por lo tanto, en primer lugar, por algo tan sencillo como reclamar un lugar bajo el sol de la Iglesia para nuestras cofradías, fórmula cristiana tan llena de rancia solera y de indudables logros evangélicos durante sus muchas centurias de existencia, aunque en nuestros días, y por desgracia, desprovista de sus mejores señas de identidad y, en la mentalidad de muchos cristianos comprometidos, almacenada en el baúl de los trastos viejos de nuestra Iglesia. Es evidente que los últimos tiempos no han sido nada bueno para esta forma "ingenua" de sentirse cristianos, y en muchos casos hasta ha sido incómodo manifestarse cofrade ante las miradas irónica y llenas de prepotente superioridad de quienes hace tiempo certificaron la defunción eclesial de una antigualla.

El actual Código de Derecho Canónico abrió un nuevo horizonte jurídico para las cofradías penitenciales, bajo la fórmula de asociaciones públicas de fieles, y esto se trasladó al ámbito de profundas reformas o adaptaciones superficiales (la pátina terminológica y poco más) a cientos de ellas a través de nuevos estatutos, reglas o como quiera llamarse a la disciplina o normativa interna de estas asociaciones. Pero no se trata de juridicismos, se trata de algo mucho más profundo y serio: hablamos de la fe, nos referimos al cristianismo vivido, que en todo caso debe preceder y dar firme solidez a las fórmulas canónicas. Bien está reclamar un lugar bajo el sol de la estructura eclesial, pero para ello hay que estar dispuestos a que nos queme o, por lo menos, nos tueste, el resplandor de la fe. El encuentro vivencial con Jesús de Nazaret es el todo, y lo demás se nos dará por añadidura.

Pedimos, pues, a nuestras hermandades de penitencia que se "mojen", que dejen de estar llorando todo el día por la incomprensión -poco caritativa, por cierto, a veces- de algunos clérigos, y que se arriesguen a ser cristianas, con los medios indispensables que el propio Maestro nos transmitió, y que jamás podremos obviar a riesgo de traicionarlo: su Palabra, la oración, la Eucaristía y el compromiso por la justicia al servicio de los más débiles. ¿Y nuestros capirotes, pasos, músicas, rituales, dónde los dejamos? Tienen todo su sentido tras el encuentro y la experiencia personal de sentirse llamados y salvados por Jesús.

Gran reto para el año 2000 al que nos enfrentamos, apasionante tarea para devolver su mejor lustre a las paredes de las cofradías a veces descascarilladas por el paso del tiempo, al no potenciar lo mejor de su tradición (la caridad y el culto) y perdernos en el mundo de los sentidos y de la hermosura de las formas y estética procesionales. La deslumbrante luz de la fe, de la conversión y del gozo por el amor compartido con los marginados en las cunetas de la historia, hará resplandecer con sus mejores galas a nuestras hermandades durante los 365 días de cada año, culminando en las tradicionales procesiones de Semana Santa, expresión y explosión de la fe en Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación.

Esta tarea, difícil y exigente, requerirá mucho esfuerzo y compresión por parte de todos, será un trabajo de años, lento y del que se percibirán los frutos a largo plazo, pero requiere dos condiciones: el compromiso de la jerarquía, con un plan pastoral específico, y una actitud de las cofradías penitenciales, y especialmente de sus dirigentes, abierta a la evangelización. Miles de potenciales cristianos están esperando esta oferta, que necesitan pero de la que no son conscientes a veces.

La otra alternativa es el abismo: desenraizarnos de nuestros orígenes y tradiciones cristianos, y sumirnos en el mar tranquilo, pero muerto, del folklore, de la cultura tradicional, de los símbolos sin contenido. Es el riesgo del futuro: quedarnos en la comodidad del sueño de las tradiciones y dormitar en ellas, y el reto para hoy, para mañana y para siempre: seguir las huellas del Nazareno, del único que tiene palabras de vida eterna.